Muy sencillo, todo ser humano es llamado a construir en su corazón un Templo en el que pueda habitar el Creador. Ese es el Temple y ese es un templario. ¿Cómo llegar a ello? Esa es la vía iniciática templaria que lleva a cabo la Orden de la Rosa Blanca.
La construcción del Templo y la Misión de la Orden no son cosas ajenas. Van unidas porque el desarrollo de la Misión es el que modela la sensibilidad del ser humano que la realiza, hasta hacerle vibrar al nivel más elevado. Los conocimientos adquiridos se transmiten para colocar al hombre y a la mujer en una disposición espiritual que le permita actuar como un ser de luz y no como un mero superviviente en el mundo de la materia.
La Humanidad entera atraviesa periódicamente instantes llamados de pasaje o de transición, en los que se enfrenta a acontecimientos que superan en mucho las previsiones de los seres humanos. Tales instantes colocan a los hombres ante disyuntivas que marcarán definitivamente su destino para siempre. Cuando uno de esos momentos de transmutación se aproxima, el Temple, en su más pura esencia y con la forma y denominación que corresponda, aparece entre los seres humanos para mostrar una vía de consciencia ante tales acontecimientos y para ofrecer a hombres y mujeres una posición personal, vital y existencial, así como el entendimiento de las causas de lo que sucede.
Para la Orden de la Rosa Blanca, la vía espiritual profunda es la que conduce por el sendero de la Iniciación a la Revelación, a Dios y a la Reintegración. En definitiva, a la construcción del Templo interior que da sentido a la vida de los seres humanos.
Es una Misión Divina. No es una meta fijada por los seres humanos, pero debe ser hecha por los hombres. Es de tal calidad y potencia que los hombres y mujeres que la llevan a cabo deben alcanzar tal grado de compromiso, de pureza y dignidad que deben recibir un ‘conocimiento’ que les haga vibrar en tal estado. El primer paso para ello es la ‘Iniciación’. Un instante único y sagrado que abre el camino que conduce al objetivo final, a la Misión.
El conocimiento iniciático del Temple es secreto, y así seguirá siendo. Frente a la idea de que sus secretos y misterios van siendo desvelados poco a poco, solo podemos decir que es falso. Uno de los objetivos de la Orden, sellado mediante un juramento, es precisamente el de guardar el tesoro que supone el conocimiento del que el Temple es su guardián. Y nada será desvelado a los ojos de los profanos. Muchos miembros de la Orden han empeñado y dejado su vida a lo largo de los siglos para preservar dicho tesoro.
Tras su destrucción, tal conocimiento pasó a ser custodiado por otros, que aún siendo denominados de formas diferentes, seguían siendo los mismos que un día fueron llamados templarios. No entraremos aquí en detalles.
La Orden, en sus diferentes formas y denominaciones ha continuado durante siglos, de forma discreta o secreta, llevando a cabo la Misión. Hombres y mujeres de todo el mundo, nunca demasiados, han sido iniciados en los secretos del Temple durante generaciones.
Si el devenir histórico ha sido tal como hemos explicado, ¿por qué seguir hablando de Temple o de templarios?
La imagen de la Orden del Temple medieval pervive en el recuerdo de millones de seres humanos de todo el mundo, a pesar de haber transcurrido setecientos años desde su destrucción y haber sufrido la más virulenta campaña de desprestigio durante ese periodo para intentar borrar su memoria y mancillarla con calumnias y mentiras.
La reciente aparición de documentos como el Manuscrito de Chinon de 1.308, certifican que toda la persecución y destrucción de la Orden estuvo basada en un fraude.
A pesar de todo ello, en este comienzo de milenio, su memoria es más poderosa de lo que ha sido durante siglos.
La verdadera esencia de la Orden del Temple es prácticamente desconocida para cualquier profano. Como mucho, se sabe la lista de sus Grandes Maestres desde su fundación hasta su exterminio, o algunas fechas importantes de su recorrido y poco más. Todo lo demás no son más que especulaciones y delirios de buscadores de sucesos.
Tras el asesinato de su último Gran Maestre, Jacques de Molay, quemado ante Notre Dame de París en 1314, la organización que conocemos como Orden del Temple, desapareció. Sencillamente, se desvaneció.
Sin embargo, los objetivos que la Orden del Temple procuraba y la Misión que le había sido encomendada seguían vigentes. Tanto es así como que dicha Misión es consustancial a la humanidad misma. Existe desde que el primer ser humano pisó esta Tierra y no finalizará hasta que el último la abandone para siempre y se consume el Fin de los Tiempos.
NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINE TUO DA GLORIAM